Vida y muerte es el nuevo libro sobre el jefe militar de las FARC abatido por el gobierno de Juan Manuel Santos en septiembre pasado.
La autora, Jineth Bedoya promete detalles de "uno de los criminales más buscados del mundo". El diario colombiano El Tiempo adelanta pasajes del texto
El segundo de las FARC, abatido el 23 de septiembre en la operación Sodoma del Ejército colombiano se daba algunos gustos, aunque a través de un comunicado daba cuenta de lo exigente que era, incluso en la vestimenta.
"Normas básicas de vestimenta: la bota tiene que ser de caucho ecuatoriano; la camiseta blanca o negra de la que llega en la remesa; ropa militar verde, o sudadera negra y boina española para los comandantes", rezaba el comunicado guerrillero que transcribe Bedoya.
Sin embargo, a unos pocos les autorizó comprar ropa estadounidense, entre la que se encontraban las botas, los camuflados y las camisetas. También se prohibía el uso de reloj de oro, anillos de oro, caballos, carros, y los computadores que se compraran tenían que ser autorizados por él.
El Tiempo adelantó fragmentos de Vida y Muerte del Mono Jojoy.
Sus caprichos
Jojoy siempre usaba botas españolas; cuando llegaban fusiles nuevos, él cargaba uno o dos meses el de muestra y luego se lo daba a algún comandante porque a su lado siempre estaba un M-4 que le había regalado el 'Negro Acacio'. El mismo que tenía a su lado cuando murió.
"Se autodenominaba 'farolo' (exhibicionista) porque le gustaba que lo vieran con las ametralladoras o las armas largas que se compraban, pero en sí siempre tenía la misma pistola y el mismo fusil.
También exhibía los uniformes que le llegaban de diferentes partes del mundo y que rotaba mensualmente, pero como con las armas, siempre terminaba usando el mismo camuflado y, en los últimos meses, el uniforme del Ejército colombiano", se relata en el libro.
Otra de sus debilidades eran las gorras. En su colección las había de todas las marcas y estilos, especialmente las españolas, algunas rusas y sombreros; tenía uno especial que usaron las tropas estadounidenses en la guerra del Golfo, en 1990.
Los fusilamientos
El libro también detalla la paranoia del fallecido jefe militar de la guerrilla por los infiltrados. "Creía que todos los que llegaban eran agentes de la CIA o paramilitares. Creía que los vendedores ambulantes que pasaban por sus pueblos (los que el bloque Oriental dominaba), eran policías o gente del Ejército.
Recorriendo caseríos de Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, en el Meta, se puede contar por decenas el número de hombres y mujeres comerciantes que fueron señalados de infiltrados y terminaron ajusticiados", narra el libro.
Es incierta la cantidad de guerrilleros que murieron en sus cortes marciales, sin embargo en los últimos años debió dejar de lado su fama de inflexible. "Y era que su cambio tenía una razón: desde el 2004, cuando las Fuerzas Militares lanzaron el plan Patriota y la Operación JM contra sus campamentos, cerca de setenta guerrilleros optaron por suicidarse.
Los combates eran tan duros y la desventaja de armamento y condiciones tan desiguales frente al Ejército, que los subversivos decidían quitarse la vida".
Jojoy debió aceptar el consejo del secretariado y humanizar el trato con sus subordinados. "Pero la frase que decía en público lo dejaba a uno instantáneamente como traidor: 'Usted hace más daño que el enemigo, parece un agente: flojo, cobarde, incapaz'.
Con esas palabras ya el resto del campamento lo miraba a uno como un infiltrado", agrega un desmovilizado.
"No era la muerte del consejo de guerra. Era una muerte silenciosa y disfrazada. La de la marginación y la desconfianza, que por lo general terminaba en fusilamiento ordenado por los mandos medios", detalla el libro.
El segundo de las FARC, abatido el 23 de septiembre en la operación Sodoma del Ejército colombiano se daba algunos gustos, aunque a través de un comunicado daba cuenta de lo exigente que era, incluso en la vestimenta.
"Normas básicas de vestimenta: la bota tiene que ser de caucho ecuatoriano; la camiseta blanca o negra de la que llega en la remesa; ropa militar verde, o sudadera negra y boina española para los comandantes", rezaba el comunicado guerrillero que transcribe Bedoya.
Sin embargo, a unos pocos les autorizó comprar ropa estadounidense, entre la que se encontraban las botas, los camuflados y las camisetas. También se prohibía el uso de reloj de oro, anillos de oro, caballos, carros, y los computadores que se compraran tenían que ser autorizados por él.
El Tiempo adelantó fragmentos de Vida y Muerte del Mono Jojoy.
Sus caprichos
Jojoy siempre usaba botas españolas; cuando llegaban fusiles nuevos, él cargaba uno o dos meses el de muestra y luego se lo daba a algún comandante porque a su lado siempre estaba un M-4 que le había regalado el 'Negro Acacio'. El mismo que tenía a su lado cuando murió.
"Se autodenominaba 'farolo' (exhibicionista) porque le gustaba que lo vieran con las ametralladoras o las armas largas que se compraban, pero en sí siempre tenía la misma pistola y el mismo fusil.
También exhibía los uniformes que le llegaban de diferentes partes del mundo y que rotaba mensualmente, pero como con las armas, siempre terminaba usando el mismo camuflado y, en los últimos meses, el uniforme del Ejército colombiano", se relata en el libro.
Otra de sus debilidades eran las gorras. En su colección las había de todas las marcas y estilos, especialmente las españolas, algunas rusas y sombreros; tenía uno especial que usaron las tropas estadounidenses en la guerra del Golfo, en 1990.
Los fusilamientos
El libro también detalla la paranoia del fallecido jefe militar de la guerrilla por los infiltrados. "Creía que todos los que llegaban eran agentes de la CIA o paramilitares. Creía que los vendedores ambulantes que pasaban por sus pueblos (los que el bloque Oriental dominaba), eran policías o gente del Ejército.
Recorriendo caseríos de Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, en el Meta, se puede contar por decenas el número de hombres y mujeres comerciantes que fueron señalados de infiltrados y terminaron ajusticiados", narra el libro.
Es incierta la cantidad de guerrilleros que murieron en sus cortes marciales, sin embargo en los últimos años debió dejar de lado su fama de inflexible. "Y era que su cambio tenía una razón: desde el 2004, cuando las Fuerzas Militares lanzaron el plan Patriota y la Operación JM contra sus campamentos, cerca de setenta guerrilleros optaron por suicidarse.
Los combates eran tan duros y la desventaja de armamento y condiciones tan desiguales frente al Ejército, que los subversivos decidían quitarse la vida".
Jojoy debió aceptar el consejo del secretariado y humanizar el trato con sus subordinados. "Pero la frase que decía en público lo dejaba a uno instantáneamente como traidor: 'Usted hace más daño que el enemigo, parece un agente: flojo, cobarde, incapaz'.
Con esas palabras ya el resto del campamento lo miraba a uno como un infiltrado", agrega un desmovilizado.
"No era la muerte del consejo de guerra. Era una muerte silenciosa y disfrazada. La de la marginación y la desconfianza, que por lo general terminaba en fusilamiento ordenado por los mandos medios", detalla el libro.
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