El presidente de los Estados Unidos Barack Obama, aprovechó la reunión, ayer, entre Barack Obama y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, para exigir a Israel la paralización de todos los asentamientos, todos, sin excepción, al mismo tiempo que trata de poner en órbita una nueva iniciativa de paz con el respaldo de los países árabes más pro occidentales.
Una de las ideas es recuperar la fórmula saudí de "paz por territorios" de 2002
Obama cree contar con un argumento convincente para todos, que es Irán
Ambas cosas están intrínsecamente relacionadas. Es imposible ninguna negociación creíble de paz sin poner alto a los asentamientos judíos en los territorios palestinos. Pero tampoco es posible acabar con esas ocupaciones sin ofrecer al Gobierno de Israel sólidas garantías de seguridad.
Conciliar esos intereses es la misión con la que Obama inauguró anoche una semana de intensa involucración en los asuntos de Oriente Próximo. A la entrevista con Abbas, anoche, sucederá el miércoles un viaje a la región que incluye paradas en Ryad, donde se entrevistará con el rey Abdullah de Arabia Saudí, y a El Cairo, para hablar con el presidente egipcio, Hosni Mubarak. Ambos personajes son clave ante cualquier intento de reactivar una negociación de paz.
Esta misión empezó la semana pasada, con la difícil reunión en la Casa Blanca con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que no accedió a ninguna de las dos demandas de Obama: respaldo a la solución de dos Estados (Israel y Palestina) y la congelación de los asentamientos.
A su regreso a Jerusalén, como gesto de buena voluntad, Netanyahu ordenó la demolición de dos insignificantes complejos de viviendas y anunció que no se crearían nuevos asentamientos.
Pero advirtió que sí se permitiría la extensión de los actuales. A esa extensión, que se justifica por el aumento del número de miembros de cada familia de colonos, los israelíes le llaman crecimiento natural y no están dispuestos a pararlo.
Para los árabes ese crecimiento es un pretexto para ampliar el porcentaje de territorio habitado por judíos y, por tanto, más difícil de recuperar por los palestinos en una eventual negociación. Obama comparte ese punto de vista y ha pedido a Israel que acabe con esa actividad.
Lo ha dicho la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien conversó con Abbas antes que Obama. El presidente "quiere ver un alto de los asentamientos, no de algunos asentamientos, de todos, sin excepciones de puestos de avanzada o crecimiento natural. Ésa es nuestra posición, eso es lo que les hemos comunicado muy claramente y eso es lo que intentamos conseguir".
Es una declaración contundente, la más clara que ha hecho sobre el tema un alto dirigente estadounidense en mucho tiempo. Pero, por ahora, insuficiente. Ayer, el portavoz del Gobierno israelí dijo sobre el crecimiento: "Es necesario que se permita la vida normal en esas comunidades".
No es una gran sorpresa. Casi todo el mundo daba por descontado en Washington que Netanyahu no sería una persona sencilla de convencer ni de sumar a un plan de paz. Sin embargo, Obama confía en facilitar esa labor con su viaje. El presidente norteamericano espera ver movimientos del lado árabe que permitan vencer la resistencia de Netanyahu.
Uno de esos movimientos puede ser la resurrección de la fórmula saudí de paz por territorios que ya presentó la influyente monarquía petrolera en 2002. La esencia de ese proyecto es la de que todos los países árabes se comprometen a reconocer a Israel y respetar sus fronteras a cambio de la creación de un Estado palestino en los límites de 1967.
Muchas cosas han ocurrido desde aquella primera propuesta saudí y las posibilidades de un acuerdo sobre esa base no han aumentado en lo más mínimo. Pero Obama cree contar con un argumento convincente para todos: Irán.
Si hay algo en lo que israelíes y árabes coinciden es en su temor al predominio iraní en la región. La Administración estadounidense entiende que la mejor forma de reconvertir a Irán en un país amistoso es la creación de un Estado palestino, lo que acabaría con el argumento principal de la propaganda revolucionaria.
Pero para llegar hasta ahí todos tienen que hacer grandes sacrificios. Los regímenes árabes tienen que normalizar relaciones con su enemigo de décadas y Netanyahu tiene que contradecir toda su retórica de campaña.
Obama echará una mano con una visita a Ryad, que reconforta a la monarquía saudí tras unos años difíciles en Washington, y con un discurso en El Cairo, probablemente en su célebre universidad, que procurará que la población musulmana del mundo vea éstos como tiempos nuevos en los que Estados Unidos no es su enemigo ni Israel es Satán.
Una de las ideas es recuperar la fórmula saudí de "paz por territorios" de 2002
Obama cree contar con un argumento convincente para todos, que es Irán
Ambas cosas están intrínsecamente relacionadas. Es imposible ninguna negociación creíble de paz sin poner alto a los asentamientos judíos en los territorios palestinos. Pero tampoco es posible acabar con esas ocupaciones sin ofrecer al Gobierno de Israel sólidas garantías de seguridad.
Conciliar esos intereses es la misión con la que Obama inauguró anoche una semana de intensa involucración en los asuntos de Oriente Próximo. A la entrevista con Abbas, anoche, sucederá el miércoles un viaje a la región que incluye paradas en Ryad, donde se entrevistará con el rey Abdullah de Arabia Saudí, y a El Cairo, para hablar con el presidente egipcio, Hosni Mubarak. Ambos personajes son clave ante cualquier intento de reactivar una negociación de paz.
Esta misión empezó la semana pasada, con la difícil reunión en la Casa Blanca con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que no accedió a ninguna de las dos demandas de Obama: respaldo a la solución de dos Estados (Israel y Palestina) y la congelación de los asentamientos.
A su regreso a Jerusalén, como gesto de buena voluntad, Netanyahu ordenó la demolición de dos insignificantes complejos de viviendas y anunció que no se crearían nuevos asentamientos.
Pero advirtió que sí se permitiría la extensión de los actuales. A esa extensión, que se justifica por el aumento del número de miembros de cada familia de colonos, los israelíes le llaman crecimiento natural y no están dispuestos a pararlo.
Para los árabes ese crecimiento es un pretexto para ampliar el porcentaje de territorio habitado por judíos y, por tanto, más difícil de recuperar por los palestinos en una eventual negociación. Obama comparte ese punto de vista y ha pedido a Israel que acabe con esa actividad.
Lo ha dicho la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien conversó con Abbas antes que Obama. El presidente "quiere ver un alto de los asentamientos, no de algunos asentamientos, de todos, sin excepciones de puestos de avanzada o crecimiento natural. Ésa es nuestra posición, eso es lo que les hemos comunicado muy claramente y eso es lo que intentamos conseguir".
Es una declaración contundente, la más clara que ha hecho sobre el tema un alto dirigente estadounidense en mucho tiempo. Pero, por ahora, insuficiente. Ayer, el portavoz del Gobierno israelí dijo sobre el crecimiento: "Es necesario que se permita la vida normal en esas comunidades".
No es una gran sorpresa. Casi todo el mundo daba por descontado en Washington que Netanyahu no sería una persona sencilla de convencer ni de sumar a un plan de paz. Sin embargo, Obama confía en facilitar esa labor con su viaje. El presidente norteamericano espera ver movimientos del lado árabe que permitan vencer la resistencia de Netanyahu.
Uno de esos movimientos puede ser la resurrección de la fórmula saudí de paz por territorios que ya presentó la influyente monarquía petrolera en 2002. La esencia de ese proyecto es la de que todos los países árabes se comprometen a reconocer a Israel y respetar sus fronteras a cambio de la creación de un Estado palestino en los límites de 1967.
Muchas cosas han ocurrido desde aquella primera propuesta saudí y las posibilidades de un acuerdo sobre esa base no han aumentado en lo más mínimo. Pero Obama cree contar con un argumento convincente para todos: Irán.
Si hay algo en lo que israelíes y árabes coinciden es en su temor al predominio iraní en la región. La Administración estadounidense entiende que la mejor forma de reconvertir a Irán en un país amistoso es la creación de un Estado palestino, lo que acabaría con el argumento principal de la propaganda revolucionaria.
Pero para llegar hasta ahí todos tienen que hacer grandes sacrificios. Los regímenes árabes tienen que normalizar relaciones con su enemigo de décadas y Netanyahu tiene que contradecir toda su retórica de campaña.
Obama echará una mano con una visita a Ryad, que reconforta a la monarquía saudí tras unos años difíciles en Washington, y con un discurso en El Cairo, probablemente en su célebre universidad, que procurará que la población musulmana del mundo vea éstos como tiempos nuevos en los que Estados Unidos no es su enemigo ni Israel es Satán.
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