sábado, 1 de enero de 2011

El dilema de los Estados Unidos estudiar chino o español

Saliendo al cruce de la moda de aprender chino mandarín, un editorialista del New York Times titula su columna: "Primero hay que aprender español"

Nicholas D. Kristof recomienda con énfasis a sus compatriotas estudiar español antes que chino.

Y esto debido a que ha notado una fuerte tendencia en un sector social de su país 'la élite cultural y profesional' a hacer que sus hijos aprendan el idioma mandarín.

Es decir, el que habla la mayoría de los chinos. Según el columnista, el estudio de esa lengua ha reemplazado "las clases de violín".

Esta no es una tendencia sólo estadounidense: el mundo entero observa la emergencia de China como nueva gran potencia mundial y pretende anticiparse a lo que imagina será una explosiva demanda de ese conocimiento en el mercado laboral y en los negocios.

Kristoff, sin embargo, eligió un título bilingüe para su columna: "Primero Hay Que Aprender Español. Ranhou Zai Xue Zhongwen" (sic); siendo el significado de la segunda parte: "Después aprender chino".

"El chino sigue siendo muchísimo menos común en las escuelas y universidades que el español o el francés, pero está creciendo (y) las escuelas tanto públicas como privadas se están apurando a sumar el mandarín en sus programas", dice Kristoff.

Sólo en Nueva York, señala, ya son 80 las escuelas que cuentan con clases de chino y en algunos casos desde el jardín de infantes.

"Creo, dice el periodista, que en esta carrera hacia el chino se está perdiendo algo más cercano a casa: la primordial importancia de que nuestros niños aprendan español".

El está a favor de se estudie cada vez más el chino pero, dice, "la lengua que será esencial para los estadounidenses y que tiene de lejos más aplicaciones diarias es el español".

"Todos los niños de los Estados Unidos deberían aprender español, insiste, empezando en la escuela elemental; el chino sería un excelente agregado al español, pero no un sustituto".

Cualquier hispanohablante se sentiría halagado ante semejante consejo. Pero algunas de las razones que da Kirstoff para sostenerlo son un tanto desconcertantes.

Por ejemplo, ésta: "El español puede no ser tan prestigioso como el mandarín, pero es una presencia cotidiana en los Estados Unidos y lo será cada vez más". Kristoff recuerda que los hispanos representaban el 16% de la población del país en 2009 y que el Pew Research Center prevé que llegarán al 29% en 2050.

Otro argumento además del demográfico, es el de mercado: "A medida que los Estados Unidos se integran más económicamente con América Latina, el español se vuelve más crucial en nuestras vidas.

Más estadounidenses pasarán sus vacaciones en América Latina, harán negocios en español y eventualmente se mudarán al sur para retirarse en países cuyo costo de vida es menor". Kristoff pone el ejemplo de Costa Rica, lugar elegido por muchos jubilados de su país, además de México, Panamá y República Dominicana.

También señala que la región latinoamericana ha atravesado la reciente crisis económica más confortablemente que el resto del mundo, "lo que significa que los estudios de español harán algo más que facilitar el pedir piña colada en una playa de Cozumel".

Argumento éste que dice mucho acerca de la imagen estereotipada que muchos compatriotas de Kirstoff -y él mismo al parecer- tienen de la región. "Será (el español), escribe el columnista, el lenguaje de las oportunidades de negocios en las próximas décadas".

Finalmente, un argumento vinculado a la practicidad: "El español es lo suficientemente fácil como para que los niños puedan salir del secundario con un dominio muy útil de ese idioma que podrán retener de por vida, mientras que el mandarín toma alrededor de cuatro veces más tiempo para lograr lo mismo".

Que el chino presenta muchas complicaciones por los diferentes tonos y los innumerables ideogramas, no caben dudas. Pero lo de la facilidad del español para los estadounidenses es algo que muchos legítimamente pondrían en duda con sólo escuchar a algunos gringos.

Pero dejando eso de lado y también el comentario 'subjetivo si los hay y que indignará a más de uno' acerca del supuesto menor prestigio de la lengua de Cervantes respecto al mandarín, le falta a Kristoff recordar a sus lectores que el español ya es el segundo idioma comunicacional del mundo 'por la cantidad y diversidad de países que lo hablan' y que su uso se encuentra en expansión.

Ofensas aparte, y tomando prestados los argumentos prácticos, es muy positivo que un diario prestigioso y una pluma consagrada recomienden el aprendizaje del idioma que habla la inmensa mayoría de los latinoamericanos.

Y, por si quedaban dudas sobre la posición del columnista, su nota concluye con otra enfática declaración en castellano: "¡El idioma más importante es el español!"

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